Ariel Báez y la pasión por las acciones cotidianas hechas con compromiso

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El alonsito ya recorrió un camino junto con sus compañeros de la música y también en la política, pero las cosas simples son las que lo definen. 

Son las doce y media del mediodía y, en el pequeño patio del café céntrico de la calle Yrigoyen, se filtran unos escasos rayos de sol que sirven para aggiornar el ambiente y acompañar el par de infusiones cortadas que visten la mesa.

Dos cortados. Un patio fresco. Pocas mesas de adentro, ocupadas. Buena música que suena a foránea. Y quien acompaña el momento es Ariel Báez. Para mí, el músico, el alonsito, el exalumno salesiano. El hincha de Boca que sabe de cargadas, pero que no se toma en serio el show mediático deportivo. Y que me confiesa que, de niño, supo ser de River. Que un señor que arreglaba cosas en su casa lo cargaba y le decía que debía cambiarse. Debe haber sido aquella la primera y única vez, que metió un salto de vereda tan fuerte, guiado quizás por un fanatismo que no sentía por los que hasta entonces fueron sus colores. Reconoce Ariel que, desde ese episodio, no se llevó muy bien con los fanatismos, que suelen servir más para hacer daños que para construir.

“La clave es no 
perderse, es no 
traicionar, porque ahí es cuando uno deja de ser para agradar ”

Sin embargo, el hoy diputado provincial es un apasionado por todo lo que hace. Y se sabe, además, idealista. Aunque  “para alcanzar metas, siempre hay que buscar consenso y entender que no hay una sola verdad”,  dice entre sorbos.

“La clave es no traicionar. Y menos aún perderse, porque es ahí donde empieza uno a dejar de ser, muchas veces para agradar y otras tantas para lograr conformar”, asegura. Difícil en el mundo de la política. Y también, cuando uno forma parte de un espacio artístico, en donde la trascendencia se mide por hits y el éxito, es igual a ventas de shows o discos que brillan como el oro o el platino. 

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Crédito: Gentileza Emiliano Sánchez

En ese mundo y con esos principios, que son la antítesis de lo perseguido, cualquiera saldría corriendo. Sin embargo, Ariel se mueve como pez en el agua.
Aprendió con quienes comparte escenario prácticamente desde el comienzo de sus vidas, que ceder es tan o más importante que imponer o agradar.

Y con esa escuela, las sesiones legislativas y la vida de proyectos se le hacen más llevaderas.
Se reconoce temperamental. Dice que el ir de frente y no guardarse nada escondido lo heredó de su madre. Y de papá, “la libertad y la responsabilidad para hacerme cargo de las decisiones tomadas, aunque estas puedan terminar salpicando a alguien. Allí hay que recordar por qué y para qué se procede de tal o cual manera”.

Si las cosas no les cierran a estos correntinos de ley, se plantan y arrancan de nuevo. Para muestra, basta un disco de Los Alonsos que jamás vio la luz, aunque “está terminado… pero, al escucharlo con los chicos en ese momento, nos dimos cuenta de que no éramos nosotros y volvimos para atrás. Muy a pesar del sello discográfico y de los productores que, creo, al día de hoy nos quieren matar por la decisión tomada”,  relata.

Los ojos de Ariel hablan aunque no pronuncien palabras. Dicen que es un tipo que jamás se la cree. Supo y sabe coquetear con la fama e incluso, con las elegantes formas de ejercer el poder. Pero, para sorpresa de muchos, en la intimidad y la confianza, este cristiano que cree en el casamiento, “aunque aún esté en veremos”, dice, mientras se ríe.

Los afectos

Y como respuesta a ciertos planteos que pueden sonarle absurdos, se refugia en su amor, en su familia y en sus amigos y compinches, o en sus hermanos de viajes y cantatas, que lo son todo. Eso, y no otra cosa, lo mantuvo en caja durante la difícil cuarentena, que continúa siendo dura para los artistas.

Es que eso y no otra cosa es la felicidad para un fulano que sabe muy bien de dónde viene y hacia dónde va. Y en aquellas juntadas que hoy casi no se pueden, está el secreto de su éxito.
Ariel deja evidencia de su pasión a cada paso y en cada pensamiento.