Reforma judicial y la corrupción perfecta

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La reforma judicial en Argentina consagrará sus objetivos: perpetuar la corrupción política. Esta reforma de hecho propone un nuevo y definitivo ataque contra la Corte Suprema, cuya actual integración no garantiza el objetivo inmediato de la impunidad de la vicepresidente y los funcionarios kirchneristas acusados de corrupción, pretendiendo así el aumento del número de sus miembros y la división por salas especializadas integradas cada una por tres de sus ministros, como lo demuestra libro “El Pacto”.

Es difícil sobredimensionar lo que realmente está ocurriendo en la Argentina, contexto que explica los verdaderos motivos de la cuarentena eterna: evitar la manifestación pública de un pueblo que no es representado por la casta política reinante.

En un contexto histórico como el actual, es importante remitirse a las fuentes del pensamiento político de nuestra civilización occidental. En este caso a Agustín de Hipona, quien en su Ciudad de Dios (Civitas Dei) fue el primero en denunciar que sin justicia la política inevitablemente se convierte en corrupción. Porque de fondo el proyecto kirchnerista no solo busca transformar el poder judicial, sino también el sentido de “justicia” a partir de la penetración del CELS y Justicia Legítima, instituciones que siendo patrocinadas por la Ford Foundation y la Open Society claramente trabajan para intereses extranjeros.  Todo queda reducido a “una banda de ladrones si de los gobiernos quitamos la justicia”, decía el Obispo de Hipona y, lamentablemente, sus palabras resuenan fuertemente en el contexto argentino.

«Si de los gobiernos quitamos la justicia, ¿en qué se convierten sino en bandas de criminales a gran escala? Y esas bandas ¿qué son sino reinos en pequeño? Son un grupo de hombres, se rigen por un jefe, se comprometen en pacto mutuo, reparten el botín según la ley por ellos aceptada. Supongamos que a esta cuadrilla se le van sumando nuevos grupos de bandidos y llega a crecer hasta ocupar posiciones, establecer cuarteles, tomar ciudades y someter pueblos. Abiertamente se autodenominan entonces reino, título que a todas luces les confiere no la ambición depuesta, sino la impunidad lograda. Con toda rotundidad le respondió al célebre Alejandro un pirata caído prisionero, cuando el rey en persona le preguntó: ¿qué te parece tener el mar sometido a pillaje? A lo que el corsario le respondió: Lo mismo que a ti el tener al mundo entero. Solamente que a mí, que trabajo en una ruin galera, me llaman bandido, y a ti, por hacerlo con toda una flota, te llaman emperador». (Agustín de Hipona, De civitate Dei, IV, 4).

Agustín de Hipona no estaba hablando del Kirchnerismo, ni del CELS de Verbitsky apoyado por la oligarquía financiera, ni de Justicia Legítima. Simplemente Agustín estaba hablando de esos hombres ansiosos de poder y de riquezas, esos tiranos que aparecen cíclicamente en la historia humana, esos Lenin, Stalin, Castros, Kirchner o Fernández. Como según se dice afirmó Mark Twain con fino sentido del humor: «la historia no se repite, pero rima».

Esta reforma judicial no los hace ni inocentes, ni menos ladrones.