El último de la selección: Maximiliano Meza, la conexión argentina con la galaxia Messi

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“Meza”. “Meza”. “Meza”. En fila, los tres arqueros de la selección argentina aceptaban el juego en una entrevista conjunta con Fox Sports, durante la estadía del plantel en Barcelona: ¿qué jugador del plantel los había sorprendido más? Meza no dice mucho sobre el tema, mejor va y se pone en un córner a jugar otro juego, con Nicolás Tagliafico, Cristian Pavón y Gonzalo Higuaín: ¿quién es capaz de hacer un gol olímpico en el entrenamiento?

 

Solo él, que se va festejando en la cara de los compañeros su ocurrencia: le pegó con el borde externo de su pie derecho, para hacerlo más difícil. “Meza”, dijo Lionel Messi , un tiempo después del catastrófico 6-1 de España en marzo, en Madrid, cuando le preguntaron qué jugador le había gustado. En la casa familiar de Caa Catí estaban mirando la tele: se pusieron a festejar.

 

El ascenso de este correntino es meteórico, imparable. Cinco años después de su tardío debut en Primera -para Gimnasia La Plata, en la B Nacional, cuando ya había cumplido 21-, será el sábado ante Islandia, en el estreno argentino en el Mundial, el único de los titulares de la selección que todavía vive en el país.

 

¿Y que tiene Maximiliano Meza? “Nos ganó a todos”, aceptan alrededor de Jorge Sampaoli respecto de este volante de 26 años que volvió a poner a un jugador de Independiente en una Copa del Mundo con la Argentina, algo que no sucedía desde 2006, con Oscar Ustari. “Pasa bien la pelota, nos da variantes por adentro y por afuera. Y es valiente”, lo pintan desde el cuerpo técnico.

 

Buena parte de esa evolución se generó justamente desde que pasó de Gimnasia al Rojo, en 2016: de a poco dejó de ser ese extremo gambeteador para mutar en un jugador más completo. Con Ariel Holan como guía, Meza se abrió y hasta jugó algunos tramos de partidos de lateral, para funcionar como una opción ofensiva desde el fondo. Fue decisivo en la conquista de la Copa Sudamericana del año pasado, que lo elevó entre los hinchas y le abrió los ojos a Sampaoli.

 

Habla pausado, nunca levanta la voz. Es, al cabo, el jugador número 23, aunque en Rusia lleve la 13: fue el último elegido por el entrenador, que se fue convenciendo en el paso por Barcelona sobre el potencial del muchacho, hijo de un maestro rural y una ama de casa. La lesión de Manuel Lanzini le abrió un hueco en la derecha, pero él ya había hecho méritos para ganarse una posición.

 

Tanto que, incluso con Lanzini, tenía crédito para ser titular en tándem con Javier Mascherano como doble cinco. “Pide la pelota, se hace cargo”, lo elogia Messi ahora. “Lo observo muchísimo. Cuando tengo la pelota suele estar por mi zona, y lo busco como primera opción”, devuelve. Y le habla en la cancha al 10: una buena manera de intentar bajarlo del póster y aceptar que es un compañero, por más cartel de mejor del mundo que lleve encima.

 

Las Puertas de Europa

Fuera de la cancha, comparte la habitación en el Bronnitsy Training Centre con Nicolás Taglliafico, su excompañero en Independiente. Los que lo conocen dicen que el nacimiento de su hijo Stéfano (tiene un año) lo ayudó a enfocarse. Quizás por eso no parezca apurado por dar el salto a Europa, una posibilidad que llegará por decantación si mantiene este ritmo de crecimiento.

 

De hecho, en estas semanas su representante negocia con el club subir la cláusula de rescisión de su pase, fijada en 13 millones de dólares: ¿será mucho llevarla a 30 millones, como se especula? Más bien lo contrario pedían los plateístas de Gimnasia que lo resistían en sus primeras épocas por “no poner la pierna”, una máxima del argot futbolero cuando los buenos resultados no llegan. “Este chico va a ser el mejor”, buscaba calmarlos el entrenador Pedro Troglio, que lo había hecho debutar.

 

Tanta razón tenía el entrenador que cuando el jugador pasó a Independiente, su técnico de entonces en el Lobo, Gustavo Alfaro, se peleó con el presidente del club: “Que Onofre mida lo que hace: si vende a Meza, no va a poder caminar por La Plata”. Maxi, a esa altura, era bastante más que ese nene que se quedó llorando en la pensión platense con los botines recién comprados en la mano, frustrado porque lo habían dejado afuera de la que iba a ser su pretemporada iniciática con el plantel de Primera.

 

“Estoy cumpliendo el sueño de mi vida”, se emocionó en mayo cuando vio su apellido en la lista de los 23 mundialistas. Podrá renovar ese comentario muy pronto: en dos días dará un paso más cuando se ponga la extraña camiseta negra de la selección, la misma que usó aquella noche de su debut, contra España. Pero ahora no será un amistoso: Maximiliano Meza estará jugando un Mundial.